La primera grieta apareció con un mensaje en redes sociales. Después llegaron las amenazas de cancelación de contratos, las acusaciones y la posibilidad real de que la NASA tuviera que suspender parte de sus operaciones.
En medio del choque político entre Donald Trump y Elon Musk, la agencia espacial estadounidense ha quedado atrapada sin margen de maniobra. Si la ruptura se consuma, el golpe más severo no será para el magnate ni para el expresidente, sino para los programas espaciales que dependen de SpaceX como columna vertebral.
Sin SpaceX, los astronautas quedarían aislados en la Estación Espacial Internacional
Los primeros en sentir las consecuencias serían los astronautas que orbitan en la Estación Espacial Internacional. En la actualidad, la única alternativa operativa y disponible para enviar tripulación y suministros a bordo es la cápsula Dragon, que despega impulsada por el cohete Falcon 9.
El contrato entre la NASA y SpaceX garantiza estas misiones regulares. Si desapareciera, la única salida técnica sería volver a comprar asientos en las naves rusas Soyuz, una opción políticamente arriesgada en pleno deterioro de relaciones con Moscú. Boeing, por su parte, sigue sin lograr una operación fiable con su nave Starliner, aún envuelta en retrasos y problemas técnicos.
Northrop Grumman tampoco puede dar respuesta inmediata. Su nave Cygnus, pensada para misiones de reabastecimiento, ha sufrido interrupciones, como ocurrió recientemente con la misión NG-22, retrasada indefinidamente tras detectarse daños en su módulo de carga. Una tercera vía, el Dream Chaser de Sierra Space, aún no ha volado. Su desarrollo lleva años de retraso y no estará disponible a corto plazo.
El plan para desorbitar la EEI también se tambalea sin la nave de SpaceX
El conflicto también amenaza los planes a medio y largo plazo de la NASA. El contrato para construir el vehículo que desorbite la EEI recayó en SpaceX. Sin esa misión, el proceso de retirada segura de la estación peligra, con consecuencias directas sobre la seguridad orbital. Cualquier retraso o fallo podría dejar la estructura sin control, aumentando el riesgo de impactos con otros objetos o fragmentación en zonas no controladas del planeta.
Además, la estrategia de retorno a la Luna depende casi por completo de los avances de Starship, la nave que SpaceX desarrolla para transportar astronautas a la superficie lunar dentro del programa Artemis. El calendario actual prevé un único alunizaje, el de la misión Artemis III.
Tras eso, los recortes presupuestarios propuestos por la Casa Blanca dejarían fuera de juego el resto del programa, incluidos el cohete SLS, la nave Orión y la estación Gateway. La única pieza que se mantiene es la que depende directamente de SpaceX.
Sin el apoyo de SpaceX, el salto a Marte quedaría reducido a una promesa vacía
El desarrollo del traje AxEMU para Artemis III, encargado a Axiom y dotado con 642 millones de dólares, también perdería sentido si no hay vehículo lunar operativo. Aunque Blue Origin cuenta con un módulo en fase temprana de diseño, aún está lejos de estar listo para vuelos tripulados. Según el nuevo borrador presupuestario, el programa Artemis se limitaría a un solo vuelo y luego sería sustituido por la iniciativa M2M, orientada a llevar humanos a Marte.
En ese nuevo marco, Starship vuelve a ser esencial. La NASA ha reservado fondos para realizar demostraciones de entrada y aterrizaje en Marte, confiando en que la nave de Musk sea la plataforma que permita hacerlo posible. El presupuesto asignado a M2M asciende a 864 millones de dólares. Sin SpaceX, todo el proyecto se quedaría sin sustento técnico.
También quedaría en el aire la misión Dragonfly, un dron nuclear previsto para explorar Titán, luna de Saturno. Se trata de una de las pocas misiones científicas que no ha sido cancelada tras los recortes del 47% en el área de ciencia de la NASA, incluidos en la propuesta actual que debe ser aprobada aún por el Congreso. La única forma viable de lanzarla es con un cohete Falcon.
La Cúpula Dorada de Trump necesita a SpaceX para existir en los próximos tres años
En paralelo, la presencia de SpaceX dentro del Departamento de Defensa complica aún más cualquier ruptura. La empresa es el mayor proveedor de lanzamientos militares de Estados Unidos y la única que dispone de cohetes listos y certificados para misiones de seguridad nacional. A través de Starlink, también proporciona servicios de comunicación satelital a las Fuerzas Armadas.
El proyecto más ambicioso en ese terreno es la llamada Cúpula Dorada, un escudo espacial con el que Trump pretende interceptar misiles hipersónicos. Según sus propias palabras, “el sistema protegerá a la nación frente a ataques desde el extranjero”.
Para hacerlo operativo en menos de tres años, se necesitaría desplegar entre 400 y 1.000 satélites de seguimiento, además de otros 200 equipados con sistemas de defensa activa. SpaceX es la única compañía con la capacidad técnica y logística para realizar ese despliegue en tiempo récord.
La NASA sufre un recorte histórico de personal que agrava aún más la crisis
La presión presupuestaria también ha derivado en recortes de personal. La NASA pasará de contar con 17.400 trabajadores a solo 11.850, una reducción del 32%. Aunque estas cifras están incluidas en el plan presentado por la Casa Blanca, todo el documento está aún pendiente de revisión legislativa. A pesar de que otras administraciones anteriores ya redujeron fondos a la agencia —como Obama en 2010, al cancelar el programa Constelación—, ninguna había planteado un recorte tan profundo y generalizado.
La retirada de Jared Isaacman como posible administrador de la NASA fue uno de los primeros movimientos dentro de esta crisis. Aunque el episodio parecía anecdótico, fue solo la primera señal de un desencuentro que podría modificar el rumbo completo de la exploración espacial en Estados Unidos si se consolidan todas las medidas propuestas.
